Fuente: Miradas al Sur (Buenos Aires)
Año 4. Edición número 171.
28 de agosto de 2011
Por Emiliano Guido
“Díganme ya cuándo voy a poder izar el pabellón nacional en Vizcatán”, azuzó el presidente Ollanta Humala días atrás a la primera línea de las Fuerzas Armadas. Vizcatán es el corazón geográfico del Valle de los Ríos Apurímac y Eye (Vrae), una hoya amazónica híperprolífica en producción de hoja de coca que ha imantado la instalación de poderosos cárteles del narcotráfico y de células maoístas herederas de Sendero Luminoso. Desde hace décadas, el Estado nacional no tiene presencia significativa en el Vrae. Ya sea por complicidad directa, durante la era Fujimori, o retiro estratégico, en tiempos de Alan García, el gobierno peruano decidió siempre que esa hondura selvática y encorsetada por altas e impenetrables pendientes montañosas sea tierra de nadie, o más bien del crimen organizado y de las patrullas perdidas de Sendero.
Segundo dato a tener en cuenta: el presidente peruano designó al frente de la Secretaría antinarcóticos local (Dediva) a un ex asesor de los movimientos cocaleros regionales y de thinks tanks progresistas y enfrentados con la agencia norteamericana Drug Enforcement Administration (DEA): el licenciado Ricardo Soberón Garrido. En un artículo titulado “Ladran Sancho”, Hugo Cabieses –especialista antinarcóticos y compañero de ruta de Soberón en varias ONG– felicitó la designación del nuevo titular de la Dediva: “Ricardo lleva años combatiendo contra políticas de drogas que son ineficaces, injustas y copiadas. Ineficaces porque no combaten lo que deben combatir: el crimen organizado y la corrupción que de éste se deriva. Injustas, porque golpean los extremos pobres de la cadena del tráfico ilícito de drogas, es decir, a los cultivadores/productores y a los consumidores/microcomercializadoras, dejando libres e, incluso, alentando a los verdaderos delincuentes. Y copiadas porque hasta ahora no hemos diseñado e impulsado una política de Estado propia sobre drogas, sino que aplicamos la política de los Estados Unidos”. Paralelamente, la prensa concentrada peruana repudió el nombramiento de Soberón con una increíble campaña macartista donde supuestos cuadros narco-guerrilleros se declaran entusiastas “por la llegada del amigo Soberón a la Dediva”. Por lo tanto, el enunciado de Humala a los altos mandos castrenses no sólo inauguró el primer paso del nuevo Jefe de Estado como Comandante en Jefe, sino que podría marcar un hito copernicano en la historia andina de la guerra contra las drogas.
Desde su recién estrenado despacho, Soberón habla con Miradas al Sur y le fija tiempos al reto lanzado por el presidente Ollanta Humala: “Sin necesidad de ir arrasando el cultivo de hoja de coca en el Vrae, pero actuando con inteligencia, se puede desterrar el narcotráfico de dicha zona en cinco años”. Además, Ricardo Soberón justifica porque, a su entender, la guerra antinarcóticos no debe implicar una batalla contra los campesinos cocaleros: “Las políticas basadas en la erradicación compulsiva de los cultivos ilícitos, mientras no aborden los problemas estructurales de pobreza rural, son inútiles y nefastas. A guisa de ejemplo, a pesar del Plan Colombia y los severos golpes propinados a las Farc por sucesivos gobiernos, el no haber abordado los problemas de concentración de la tierra y la existencia de mafias locales, ha impedido resolver los problemas estructurales que permiten y facilitan la existencia de las Farc como una alternativa distinta, entre el campesinado. Lo mismo ocurre en Perú con Sendero Luminoso”.
Por otro lado, debido al “efecto globo”, en los últimos años Perú ha desplazado a Colombia como primer productor mundial de la hoja de coca. “Es lo que marcan los estudios sobre la guerra contra las drogas, cuando tú pones la mano en un lado, surge o emerge con fuerza el otro lugar”, puntualiza el especialista Cabieses.
Evidentemente, para Humala la problemática de la drogas tiene el precinto de urgente. Por eso, la sorpresiva convocatoria a un técnico crítico como Soberón y su llamamiento a una Cumbre Antidrogas de Unasur. Son maniobras fuertes en el tablero de la guerra contra las drogas. El contrafuego no tardará en llegar.