Fuente: “La Jornada”
15 de enero de 2011
Paco Ignacio Taibo II
Las balas que matan a mexicanos se venden alegremente en EU
El sistema judicial está podrido; lleva muchos, muchos años estándolo
Hace más de tres años el hombre que dirige desde Los Pinos los destinos de
esta nación declaró una guerra contra los cárteles mexicanos de la droga.
Al paso del tiempo los mexicanos habíamos aportado a esta guerra más de 31
mil muertos, según cifras oficiales, un número incontable de heridos,
varias de las grandes ciudades del país (Ciudad Juárez, Chihuahua,
Monterrey, Tampico, Morelia, Culiacán, Mazatlán) viviendo bajo el miedo y
en virtual estado de sitio, regiones abandonadas por su habitantes, zonas
rurales que son tierra de nadie, carreteras federales intransitables, 17
estados de la República en crisis profunda de inseguridad, más de un
millar de quejas ante las comisiones de derechos humanos (y esas son las
que se hacen públicas, porque el miedo impide que se conozca más allá de
la punta del iceberg) por violaciones, secuestros, chantajes, cateos
ilegales, robos y todo tipo de abusos producidos por las fuerzas
policiacas, el Ejército y en menor medida por la Marina, barrios urbanos y
zonas industriales en los que no entran inspectores de Hacienda o de
salubridad, porque el narco es el Estado.
¿Cómo se ha llegado hasta aquí? ¿Cómo puede detenerse esta inercia antes
de que México se desvanezca en medio del miedo y el terror en un
holocausto repleto de cabezas cortadas, tiroteos donde los ciudadanos
inocentes son “bajas colaterales”, policías que entran a la casa rompiendo
la puerta y se roban el queso que hay sobre la mesa, cárceles donde impera
la mafia y se tortura sistemáticamente, declaraciones oficiales de avances
y éxitos que ya ni los niños de la gran burguesía urbana se creen,
fábricas y talleres que cierran, madres asesinadas por protestar por el
asesinato de sus hijas?
Primera.
Calderón pactó el inicio de esta guerra con el presidente Bush,
ni siquiera con el entonces recién llegado Obama. Y la pactó en términos
de ofrecerla en bandeja. Y la pactó en condiciones absurdas. La guerra
contra el narco no era, no debería ser, una guerra mexicana, porque era,
es en esencia, una guerra estadunidense, generada por el mayor consumo de
droga a escala planetaria, el que se producía dentro del territorio de
Estados Unidos. Así, la propuesta mexicana no debió haber pasado de una
oferta de apoyo a una guerra que debería librarse en territorio gringo,
combatiendo las redes de distribución, las estructuras financieras,
controlando la frontera. En su territorio, no en el nuestro. Pero no fue
así. En tres años no ha habido más de media docena de operaciones
importantes de aquel lado de la frontera, mientras que de éste se ha
desatado la más sangrienta de las confrontaciones que hemos tenido los
mexicanos desde la guerra cristera.
Imágenes. Logro descubrir leyendo todos los periódicos locales de Acapulco
los supuestos, los previos oficios, de los 15 hombres aparecidos sin
cabeza: son dos adolescentes, un lavacoches, un chofer de recogida de
basura, un mecánico, dos desempleados, un policía municipal, tres
albañiles; las infanterías del cártel de Acapulco masacradas por el grupo
del Chapo Guzmán (según dicen cartulinas encontradas a su vera) por el
control de la plaza.
Segunda.
Al gobierno de Calderón le tomó un año pedir a los estadunidenses
el control del tráfico de armas, y desde que lo pidió no ha obtenido
resultados. Según cifras oficiales, cerca de 50 mil armas largas (ojo con
esto de las cifras oficiales: ¿quién las contó?), municiones,
lanzacohetes, ametralladoras pesadas, han entrado a México para
proporcionar a las mafias un poder de fuego muy superior al de las fuerzas
armadas. Hoy cualquier achichincle de un narco puede seguir comprando
municiones para un cuerno de chivo en una tlapalería en Houston. Las balas
que matan a mexicanos se venden alegremente en Estados Unidos.
Tercera.
Antes de iniciar una guerra, y no hay que leer a Sun Tzu o a
Federico Engels para saberlo, el Estado debería contar con una labor de
inteligencia sólida. ¿Quiénes son? ¿Dónde están? ¿Cuáles son sus nexos?
¿Cómo es su estructura financiera? Mil y un preguntas que necesitaban
respuestas. Hoy sabemos que al momento de iniciarse la guerra de Calderón
contra el narco toda, o buena parte de la estructura de inteligencia del
Estado mexicano estaba en manos de facciones del propio narco, que
utilizando a jefes policiacos del más alto nivel dirigieron las
operaciones contra bandas rivales, agitando un avispero de venganzas que
parece no tener fin. ¿Qué tanto de su aparato policiaco trabajaba para el
enemigo? Directores de la policía, de las agencias contra el crimen
organizado, la SIEDO, comandantes de la AFI, subprocuradores… A la fecha,
el Estado mexicano aún no lo sabe o no quiere saberlo. A la fecha, la
“inteligencia estatal” está filtrada, distorsionada, fragmentada; resulta
(sobre todo de la lectura de sus comunicados) absolutamente incoherente.
Cuarta.
El sistema judicial está podrido. Lleva muchos, muchos años
estándolo. Agentes del Ministerio Público descalificados, jueces
corruptos, ineficiencia absoluta cuando no complicidad declarada con el
crimen. Con una estructura como esa no se podía ir a la guerra. ¿Cuántos
delincuentes han sido dejados libres en estos pasados tres años? ¿Cuántos
han recibido condenas intrascendentes respecto de la magnitud de sus
crímenes? Pepe Reveles narraba el otro día en una mesa redonda que los que
le entregaban los cadáveres al Pozolero (y hablamos de más de un centenar
de muertos) pronto saldrán en libertad, porque el Ministerio Público sólo
pudo acusarlos de tenencia de armas y posesión de drogas a causa de una
investigación mal integrada. Reina un caos maligno, como habitualmente
reinaba en la justicia mexicana, paraíso del accidente y la casualidad.
Vivimos en un territorio de rezago de indagaciones, expedientes confusos,
sin investigación científica, ausencia de un banco nacional de huellas
digitales, inexistencia de un concentrado de la información de todas las
agencias policiacas del país ¿Cuántas veces hemos leído en la prensa que
el detenido había estado en la cárcel recientemente? ¿Quién lo soltó?
Quinta.
En la cárcel de Torreón la directora torturaba a los presos. En
otra cárcel las bandas tenían permiso para salir de noche para ejecutar
rivales, en otras 10 prisiones se han producido fugas masivas. Hay
denuncias sobre el control y los privilegios que las mafias tienen sobre
todas las prisiones, incluso las de alta seguridad. Han sido despedidos
más de una docena de directores de cárceles en los meses recientes. ¿Ha
cambiado la situación interna? Sin la previa depuración del sistema
carcelario, no se podía ir a la guerra.
Imágenes. La más aterradora de las anécdotas: en Torreón un hombre se
detiene en el semáforo. Cuando se pone la luz verde ante él, el coche que
lo precede está detenido. Va a tocar el claxon y duda. No son tiempos para
andar tocando el claxon. La circulación está parada. Transcurre un nuevo
espacio de tiempo con el semáforo nuevamente en rojo. Se decide y baja del
coche, amablemente les pregunta a los del auto parado si puede ayudarlos
en algo. El chofer le enseña una pistola y le ofrece 200 pesos. “Se ve que
usted es gente decente, acabo de perder una apuesta con este güey [y
señala a su copiloto, que muestra una Uzi muy sonriente] que usted nos
tocaba el claxon y yo le pegaba un tiro. Es su día de suerte, amigo.” El
coche arranca. El hombre amable se queda ahí, sudando frío.
Paquetes de dólares
Sexta.
Conan Doyle en la boca de Sherlock Holmes solía decir que cuando
una historia no estaba clara “follow the money”, hay que seguir el dinero,
el rastro económico. El narcotráfico, como lo fue el contrabando de
alcohol en Estados Unidos durante la era de la prohibición, o el robo de
coches en México, es un negocio criminal, sigue reglas de un mercado
semivisible, tiene inversiones, está sujeto a la producción y la
distribución. Una parte del dinero, millones de millones de dólares, se
moverá prosaicamente en paquetes de billetes verdes envueltos en papel
periódico y en maletas Samsonite, pero otra parte, quizá la más
importante, se convierte en inversiones, casas, automóviles de lujo,
oficinas, hoteles, tiendas, restaurantes… En la era de Caro Quintero una
colonia en Ciudad Juárez llamada burlonamente Disneylandia, estaba repleta
de mansiones extravagantes: castillos de La Cenicienta, mansiones
californianas, material chafa de Las mil y una noches, pagodas budistas.
Todo el mundo en la ciudad sabía que era territorio del narco. El dinero
es visible. ¿Y la ruta, las rutas que descienden desde Estados Unidos no
lo son? El SAT está muy preocupado por cobrar los impuestos a cualquier
gringo que se descuide y ¿no es capaz de detectar los millones que bajan
desde el otro lado de la frontera? El gobierno mexicano ha puesto miles de
trabas bancarias a los ciudadanos para mover su dinero, pero no ha abierto
una macroinvestigación sobre las operaciones bancarias que acompañan este
gran dinero de las mafias. En los cientos de decomisos, cateos,
detenciones, ¿no han aparecido chequeras, cuentas bancarias, huellas y
rastros? ¿Por qué no se habla de esto nunca? ¿Por qué el gobierno mexicano
no ha pedido a Estados Unidos operaciones financieras que bloqueen el
flujo de dinero al narcotráfico? Sin una investigación financiera sólida y
un pacto bilateral con los estadunidenses para el bloqueo del dinero del
narco, no se podía ir a la guerra.
Imágenes. Un gerente del Santander informaba hace dos años a su jefe
regional que estaba recibiendo dinero no muy claro, como respuesta recibió
un money is money.
Séptima.
Un convoy del Ejército en La Laguna se dirige a una cárcel de
alta seguridad: están transportando a un preso importante. Como no conocen
la zona les han puesto una patrulla de la policía local al frente y otra
en la cola. Al llegar a un semáforo la patrulla se detiene. Enciende y
apaga las luces tres veces y luego se fuga a 150 kilómetros por hora. La
patrulla de la cola hace lo mismo en reversa. De los callejones salen
hombres armados que disparan contra los militares. Las patrullas no han
vuelto a aparecer en la escena pública, tampoco los patrulleros, que se
han desvanecido en esta gran nada informativa que es la guerra de
Calderón. Entre Monterrey y Tampico una caravana de camionetas de renta
que regresaban de un servicio son desviadas por la policía hacia una
brecha, un camino rural. Al final del tramo un grupo de zetas armados con
ametralladoras los están esperando. Los choferes serán torturados y
robados. Hoy sabemos, gracias a las declaraciones de los testigos
protegidos, que durante años altos mandos de la policía escoltaron los
transportes de droga y protegieron como escoltas a los capos. Pero no sólo
la policía, las policías, muchos policías, actúan en colaboración, apoyan,
informan, protegen al narco, el Estado lo ha abastecido de cuadros. Uno de
cada tres detenidos, se puede leer día a día en los periódicos, es un
policía o un ex policía, un militar. Hace años en Tijuana pregunté al
director de un diario por qué en días recientes se habían matado a tiros
entre ellos una docena de policías en un choque entre bandas rivales.
Me
respondió que resulta más barato contratar a un poli que entrenar a un
sicario. ¿Cómo es posible que el Ejército Mexicano (y el estadunidense)
haya entrenado a un cuerpo entero de elite militar que luego se pasa en
bloque para constituir la esencia de Los Zetas. Si los mexicanos lo
sabíamos, si sabíamos que la delincuencia era policiaca en millares de
casos, ¿no lo sabía el Estado mexicano? ¿Es posible ocultar cuando tu
salario pasa de 15 mil pesos al mes a 250 mil? ¿Cuántas horas de
investigación económica resistiría un agente de la policía antes de
descubrir que tiene seis casas en fraccionamientos del estado de México?
¿Hay alguien en México que sepa interpretar la lectura de un polígrafo, el
vulgarmente llamado detector de mentiras? ¿O el Estado mexicano no se
atreve a usarlo ante el riesgo de que se muestre que la mayoría de sus
agentes mienten? ¿La mayoría? ¿10 por ciento? ¿90 por ciento? ¿Hay algún
polígrafo funcionando en alguna dependencia policiaca del país? ¿O se ha
vendido para comprar refrescos y gansitos marinela en el Oxxo más cercano?
Todo nace de unas fuerzas del orden cuya moral está pervertida. Y esta es
una vieja historia mexicana, que adquiere su mayor nivel durante el
alemanismo. Su clave es la impunidad. Los mexicanos sabemos que
históricamente la policía y el Ejército no son una fuerza de orden sino
una fuerza criminal semilegalizada, represiva. Sabiéndolo el gobierno
Calderón como debería saberlo (no podemos presumir ese grado de estupidez
que llegaría a lo inverosímil), ¿cómo se atrevió a lanzar una guerra
contra el narco con ese material humano? Una guerra que no sólo no se
podía ganar, sino que ni siquiera podía empezarse sin haber limpiado antes
las fuerzas del orden. ¿Pero cómo limpiarlas sin debilitar al mismo tiempo
la esencia represiva del propio Estado mexicano? Un general retirado me
contaba que no tenía duda de que en el Ejército había un centenar de
capitanes y mayores honestos, pero que no estaban cerca de la toma de
decisiones. No se podía lanzar una guerra contra el narco con este
material humano. No hay posibilidad alguna de variar la situación mientras
la moral dominante en las “fuerzas del orden” sea la que hoy es.
Imágenes. Cualquier ciudadano con un celular puede grabarlas, en la
carretera de Tampico a Matamoros circulan convoyes de cuatro o cinco
camionetas negras, traen pintado en el costado con spray las siglas CG,
cártel de Golfo.
Empresas que cobran protección
Octava.
Hoy el narco no sólo es una docena de grupos armados que controla
una de las más importantes fuentes económicas del país. Son empresas que
cobran protección, por ejemplo, a todos los comerciantes de Cancún. Son el
control de todos los vendedores ambulantes de Monterrey. Son la justicia
en zonas enteras de Michoacán donde La Familia reprime a maridos
abusadores y deudores perniciosos (léanse las notas de Arturo Cano en La
Jornada). Son los controles en carreteras federales que cobran peajes. Son
los que le ofrecieron (y le cumplieron) a un restaurantero en Ciudad
Juárez que si pagaba protección, no más inspectores de salubridad ni
requerimientos de Hacienda. Son los controladores de la red de tráfico
humano y secuestros más grande del planeta. Son los que ofrecen empleo
bien pagado a millares de jóvenes de las pandillas de las zonas
fronterizas. Son en una parte muy grande nuestro país, el nuevo Estado. Y
un Estado que sustituye a otro Estado basado en el abuso, la corrupción.
Un mecánico de banqueta en Chihuahua paga al narco 200 pesos a la semana
por el uso de la acera, antes le pagaba de mordida 300 a la policía. Tal
para cual. ¿Por qué habría de estar en la cárcel un capo si no lo está el
que cometió un fraude electoral que robó a la nación su destino, ni lo
está el que con su modesto salario de funcionario compró tres castillos en
Francia? Mientras el Estado mexicano no pueda garantizar a sus ciudadanos
una relación honesta no se puede librar una guerra contra el narco.
Imágenes. Unos niños en una foto en la primera página de La Jornada
muestran un cartel que dice: “Queridos Reyes Magos, no queremos la guerra
de Calderón.” Pero no basta con no quererla, hay que detenerla. Y eso
significa, antes de otra cosa, resolver, entre otros, los ocho problemas
que aquí se enuncian.