Fuente: Cambio
25 de junio, 2009
“Prohibir la droga aumenta su consumo”: Ethan Nadelmann
No hay sociedades libres de droga. El reto de todos no es cómo
eliminarlas sino cómo aprender a vivir con ellas.
Invitado al Festival Malpensante que se realiza este fin de semana en
Bogotá, el director de la ONG Drug Policy Alliance, quien lleva 20 años
liderando un movimiento que busca replantear la política antidrogas,
habla sobre alternativas distintas al prohibicionismo.
CAMBIO: ¿Cuál es su balance de la lucha contra las drogas en el mundo?*
ETHAN NADELMANN: Parece haber una convicción de que la guerra contra las
drogas fracasó. América Latina está viendo las consecuencias negativas
de la prohibición: crimen organizado, poder de los narcotraficantes y
degradación de la sociedad. En Estados Unidos hay una sensación de que
las cárceles están demasiado llenas por cuenta de cualquier infracción
relacionada con las drogas, y el fenómeno se está replicando en el
mundo. En Asia, por temor al sida, le están apostando a políticas que
reduzcan el daño y prevengan la propagación de enfermedades relacionadas
con el uso de drogas.
¿Qué opinión le merece el informe de la Comisión Latinoamericana sobre
Drogas y Democracia, encabezada por los ex presidentes Gaviria, Zedillo
y Cardoso que plantea el consumo de drogas como un problema de salud
pública y se oponen a la penalización del consumidor?*
Estuve muy involucrado en el proceso y mi organización se ha encargado
de darlo a conocer en el exterior. A diferencia de otras comisiones,
ésta identifica la prohibición como parte fundamental del problema,
adopta la reducción del daño como una solución, soporta la
despenalización de la marihuana y rompe el tabú de hacer el debate
público sobre las políticas antidroga. Antes, las comisiones se
limitaban a equilibrar la zanahoria y el garrote, a hablar de reducción
del suministro y la demanda o a decir que Estados Unidos debe respetar
la soberanía latinoamericana, pero no producían progreso alguno. La
razón por la cual el tema fracasa año tras año es por la falsa censura
que genera el debate de la política antidroga. Eso tiene que acabarse.
¿La legalización es un debate académico que se tropieza con condiciones
políticas que bloquean su éxito?*
Primero que todo creo que es importante cambiar el lenguaje. Por eso la
Comisión no habló de legalización, que supone que algo será condonado,
sino de regulación. Mucha gente cree que la prohibición es la máxima
forma de regulación, cuando en realidad lo que significa es abdicación.
Nuestro argumento no es para liberarlo del todo, o eliminar las
regulaciones, sino para que haya regulación efectiva, que puede hacerse
de muchas maneras. Si bien hay mucha gente que no está de acuerdo en
vender el crack como se vende el alcohol, acepta que Evo Morales busque
vender la coca en diferentes productos, como por ejemplo té, y que la
droga se obtenga en forma legal. Esos cambios harán que evolucione el
paradigma del control global de las drogas.
Usted lleva 20 años trabajando en el tema, ¿percibe algún cambio
sustancial en la opinión pública?
Hay evidencia de que sí que ha cambiado. Solo con respecto a la
marihuana, más del 40 por ciento de los estadounidense creen que debe
legalizarse, como el alcohol, y entre los demócratas, independientes y
menores, el porcentaje está por encima del 50 por ciento; cada vez más
estados del occidente como California, Alaska, Nevada y otros van en la
misma dirección. Las cifras número doblan las de hace 20 años e incluso
representan un gran salto con respecto a hace uno o dos años. Después de
tantos años, es la primera vez que siento que el viento me llega por la
espalda y no me golpea la cara.
¿Qué razones encuentra para ello?
Eso es en parte por la recesión económica, por la reducción de
presupuestos y por la violencia en México y la conciencia de que los
narcotraficantes se están quedando con la mitad de las ganancias de la
marihuana, pero también porque Obama, al igual que Bush y Clinton, fumó
marihuana, pero al preguntársele si lo había hecho dijo que sí, que
muchas veces. Hoy, por las elecciones y otras crisis, cuando hay que
hablar de economía, medio ambiente, seguridad nacional o de salud
pública, todas las opciones están expuestas sobre la mesa y la política
alrededor de las drogas no puede ser la excepción.
¿Cree que el presidente Obama podría hacer la diferencia? ¿El Congreso
está dispuesto a oír?
El presidente Obama no será el líder que impulse este tema, el liderazgo
tendrá que darse en el nivel local e incluso internacional porque este
tipo de asuntos implican cultura y valores. La Casa Blanca y el Congreso
deberán seguir y no liderar, pero Obama sí puede abrir el espacio para
una nueva discusión.
Según su criterio, ¿cuál debería ser la política antidroga?
Hay que empezar por aceptar la realidad: no ha habido ni habrá una
sociedad libre de drogas. El reto para las familias, las comunidades y
los gobiernos no es ver cómo las elimina sino cómo aprende a moverse
alrededor de las drogas de tal forma que causen el menor daño posible y,
en algunos casos, hagan el mayor bien posible. Si aceptamos esto,
debemos seguir tres principios: libertad, compasión y responsabilidad.
¿Qué quiere decir esto en términos prácticos?
Que los que usan drogas y no le hacen mal a nadie no deben ser parte de
las preocupaciones de los gobiernos; que para los que tienen problema
con las drogas, la respuesta debe ser principalmente darles asistencia y
proveerles tratamiento, y que aquellos que les hacen mal a otros y los
ponen en riesgo, deben ser penalizados.
Es un gran cambio
Y tomará su tiempo. Creo que esta es una lucha multigeneracional.
Nuestros modelos a seguir han sido los derechos de los homosexuales, de
las mujeres, los derechos civiles, e incluso los movimientos en contra
de la esclavitud, pues cada uno de éstos se hizo para ganar libertad y
justicia y a cada uno se le opuso el poder así como aquellos que
propagaron el miedo sobre las consecuencias para nuestras mujeres y
niños. En cada caso Estados Unidos no lideró los movimientos sino que
siguió a otros, así como tomó múltiples generaciones para lograr su
objetivo. Estamos empezando apenas la segunda generación.
¿Han seguido algún modelo?
En Estados Unidos en el caso específico de la marihuana el modelo que
seguimos fue el de los derechos de los homosexuales, porque es un
movimiento que tiene como principio que los individuos tienen derecho a
hacer con sus cuerpos lo que quieran con tal de no hacerle mal a nadie,
y hay algo detrás sobre la gente que sale del closet,
autoidentificándose, eso es importante para cambiar los prejuicios de la
opinión pública que ha logrado hacerlos ver como personas normales. De
la misma forma, aquí como allá mucha gente pública ha usado marihuana e
incluso cocaína, y algunos se han metido en problemas, pero muchos no lo
han hecho. Solo los que se metieron en problemas han sido criticados
públicamente, los otros lo han hecho responsablemente y sin hacerle daño
a los demás, pero se han quedado callados, y el resultado es que tenemos
una imagen incompleta que por supuesto afecta la manera como se plantean
las políticas contra las drogas. Pero tal vez el mejor modelo a seguir
es el fracaso de la prohibición del alcohol, y sus consecuencias
nocivas, es el entendimiento de que los narcotraficantes son los Al
Capone modernos y que existen porque existe la prohibición de las drogas
no por las drogas.
¿La regulación tal como usted la plantea garantiza que el consumo no
aumenta?
No hay garantías de nada, pero es claro que el consumo aumentó al
volverlas ilegales. Cuando en los años veinte y treinta prohibieron la
marihuana en Estados Unidos, pocas personas la fumaban. Hoy más de 100
millones de personas la fuman. No hay garantía de que conservando la
prohibición se reducirá el consumo, así que no sabemos si la regulación
y la despenalización lo reducirán o aumentarán. Pero hay una gran
diferencia entre aumentar el número de consumidores y aumentar el número
de problemas relacionados con ellas.
¿Por ejemplo?
Si uno tuviera que escoger vivir en una sociedad con un millón de
heroinómanos ilegales, comprando las drogas en el mercado negro y
cometiendo crímenes para comprar estas drogas, más caras porque son
ilegales, contagiándose de sida y hepatitis C, terminando en la cárcel,
soportando el mercado negro y creando toda suerte de daños más, o,
elección B, vivir en un mundo con dos millones de heroinómanos,
dependientes de heroína legal, pagando por un precio menor en clínicas
legales del gobierno, no comprando en el mercado negro, ni soportando
organizaciones criminales, ni robando para soportar sus hábitos, ni
contrayendo enfermedades, ni padeciendo sobredosis… la gente que
consume heroína le sucede lo mismo que la morfina en el cuerpo, no se
traba todo el tiempo sino que la usa para no sentirse enferma, puede
además trabajar y tener una vida llevadera… la elección B es
increíblemente mejor para el individuo, su familia, la comunidad y para
la sociedad incluso si eso significa que se eleve el consumo de la droga.
El Gobierno del presidente Uribe insiste en penalizar la dosis
personal. ¿Qué opina?
En septiembre pasado le dije de frente lo que pensaba: que estaba
haciendo exactamente lo que no había que hacer. Además de que la
criminalización de la dosis mínima va en contravía de una decisión de la
Corte Constitucional, también viola los derechos humanos y menosprecia
cualquier intento de educación, prevención y tratamiento. El Presidente
dijo que no estaba de acuerdo.
¿Existe algún buen ejemplo de campaña contra las drogas?
En Europa la educación y los espacios para la discusión nos está dando
buenos ejemplos a seguir y en nuestra organización estamos haciendo un
ejercicio pionero en Nuevo México. Les decimos a los adolescentes en una
campaña que bautizamos “Seguridad primero”, no uses drogas como primer y
segundo mandamiento, y como tercero, si lo haces, pues tenemos que
contarte unas cosas al respecto.