Este periodista inglés descubrió que esa batalla arrancó hace cien años por motivos raciales. En una travesía por nueve países encontró iniciativas que contradicen la política de prohibición.
Por: Sergio Silva Numa
18 de julio de 2015
Hace cuatro años Johann Hari fue acusado de plagio. Con este trabajo, elogiado por varios colegas, ha tratado de reivindicar su nombre.
El jueves antepasado la oficina de Antinarcóticos de la Policía colombiana envió un correo que ratificaba la eficacia de las autoridades en la guerra contra las drogas. El 9 de julio, decía, en un operativo de cooperación internacional capturaron en Nueva Jersey a tres colombianos con 1.700 gramos de heroína. Algo así como 27.200 dosis o unos US$116.450. Era una prueba más del éxito de la Fiscalía, la DEA y la Policía. O podría ser también, parafraseando a Johann Hari, el rostro más cotidiano y erróneo de una lucha que jamás vamos a ganar.
Hari, periodista británico de 36 años, se opondría de un tajo a este tipo de acciones. Para él hay suficientes argumentos para oponerse al prohibicionismo. Bastaría una frase para resumirlos, que replica desde Londres citando a un profesor de EE.UU.: “La guerra contra las drogas sólo genera más guerra contra las drogas”.
A Hari lo habíamos contactado hace un mes. Su más reciente libro era reseñado en varios medios. ¿La razón? En un reportaje de 448 páginas resumía tres años de trabajo en los que trató de explorar el origen, las consecuencias y los resultados de esa guerra contra las drogas. Su título: Chasing the Scream: The First and Last Days of the War on Drugs.
La versión en español (que llegará en octubre) había sido lanzada semanas antes bajo el nombre de Tras el grito. Y Hari, que ha publicado en The Independent, The New York Times y Le Monde, aceptó enviarnos una copia y conversar con El Espectador.
En total había recorrido 50.000 km para responder muchas preguntas referentes a las drogas. Una familiar y un novio habían sido adictos a la heroína y el crack. Él, incluso, para escribir mejor se había enganchado a unas pastillas contra la narcolepsia.
“En mi familia tuvimos casos de adicción”, dice Hari con voz amable. “Tenía muchas preguntas. ¿Por qué prohibimos las drogas desde hace cien años? ¿Qué causa la drogadicción? ¿Por qué continuamos en esta lucha? Para averiguarlo viajé a nueve países; entrevisté desde dealers de Brooklyn hasta protagonistas de los carteles mexicanos. Me di cuenta de que todo lo que uno cree saber sobre las drogas está mal. Hemos estado equivocados”.
En 1914, cuando se aprobó la Ley Harrison, las drogas empezaron a ser ilegales. ¿Cómo comenzó esa era de la prohibición?
Muchos piensan que en 1914 prohibieron las drogas para proteger a los niños y a las personas de la adicción. Pero el motivo fue muy diferente. Harry Anslinger fue la primera persona en usar el término “la guerra contra las drogas”. Estaba a cargo del Departamento de Prohibición del Alcohol, pero esa medida se iba a acabar así que tenía que encontrar algo nuevo en qué ocupar su personal. Tal escenario coincidió con el profundo odio que sentía hacia los adictos y los afroamericanos. La razón por la que las drogas empezaron a ser destruidas fue porque había que destruir también la imagen de la población afro, la china, asociada al opio, y la latina, asociada a la marihuana. Se empezó a formar una idea descabellada de que las minorías étnicas estaban usando los narcóticos para atacar a los blancos.
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En su libro Hari cuenta que cuando Anslinger empezó a dar la pelea para prohibir las drogas, los periódicos respaldaron la idea con historias atemorizantes. En julio de 1927 publicaron: “Una viuda y sus cuatro hijos han perdido el juicio tras haber ingerido marihuana”.
Más adelante reseñaría el drama de Víctor Lacata, un joven de 21 años que “poseído por un ‘sueño de marihuana’ descuartizó a su madre, a su padre y a sus tres hermanos”. Su caso fue determinante para que Anslinger iniciara la batalla y convenciera al mundo entero de cuánta razón había en ella. El historial médico de Lacata revelaría años después que sufría demencia aguda.
Billie Holiday, la cantante de jazz, es la mejor muestra de cómo esta guerra tuvo una profunda relación con el racismo. ¿Cómo surgió esa conexión?
Cuando Anslinger empezó esta guerra asoció las drogas con todo lo que no funcionaba en la sociedad, para conseguir apoyo. Lo vinculó, por ejemplo, con el comunismo y dijo que a través de él y de la población china estaban llegando estupefacientes a EE.UU. Ahora, el rechazo a los afrodescendientes se puede comprender a partir de Billie Holiday, una de las mejores vocalistas de jazz. En 1939, en Nueva York, Holiday cantó Strange Fruits, una revolucionaria canción que para muchos fue el inicio del movimiento por los derechos civiles. Ella, adicta a la heroína y prostituida en su infancia, se convirtió en un símbolo que inquietó a Anslinger, quien utilizó su adicción como pretexto para acecharla. Sus hombres la perseguían y finalmente le causaron la muerte. Cuando Anslinger descubrió a Judy Garland, una estrella blanca que también consumía heroína, le aconsejó tomar vacaciones.
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La canción a la que se refiere Hari tiene tres estrofas que hacen referencia a los ahorcamientos de negros. Cuentan que cuando Holiday terminó de cantarla empezó a vomitar porque sabía que resultaría estremecedora.
Mucho después de ese episodio y de haber sido perseguida y encarcelada, llegó a una conclusión sobre su adicción. Así lo diría en su autobiografía: “Imaginemos que el Gobierno persigue a los diabéticos, que grava con impuestos la insulina y que esta medida hace que pase al mercado negro. Además se prohíbe a los médicos tratar a estos enfermos, que son enviados a prisión (…) El mundo diría que estamos locos. Pero eso hacemos con los enfermos que son adictos”.
El gremio médico fue uno de los blancos de ataque de Anslinger. Veinte mil doctores fueron acusados de haber actuado contra la Ley Harrison por considerar a los adictos enfermos y recetarles heroína. Al 95% los encontraron culpables.
Arnold Rothstein es un personaje clave en el inicio de esta guerra. Guardadas las proporciones, era el Pablo Escobar de la época…
Sí, Pablo y Arnold son similares. Fue la primera persona en EE.UU. que se dio cuenta de que la prohibición de las drogas era un gran negocio. Él controlaba el mercado, pero en las décadas de 1910 y 1920. ¿Cómo? Comprando a la Policía, creando corrupción, matando a sus rivales. Eso pone en evidencia que el problema es del sistema, no de los individuos. Si no hubieran existido Pablo o el Chapo Guzmán habría habido alguien más. En un mercado ilegal los demandantes se encuentran con criminales; en un mercado legal no. Colombia tiene un mercado de alcohol, pero no hay un Pablo Escobar de la cerveza o el vodka. Y no es porque el vodka sea peor que la cocaína sino porque es legal.
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Hari lo define en su libro como “la evolución darwiniana armada con una ametralladora y una papelina de crack”. En medio de la conversación hace una pausa y dice: “Ustedes no quisieron aceptar la política antidrogas. México se rehusó a implementarla cuando se la impusieron. Al frente pusieron a un médico que coincidía en que la adicción debía tratarse. Pero EE.UU. intimidó a ese país y obligó a cortarles el tratamiento a muchos pacientes”.
De todos los personajes e historias que Hari menciona en su libro, el caso de Arizona puede ser uno de los más inquietantes. En ese estado desértico hay una cárcel especial para adictas en la que las prisioneras hoy marchan en uniformes de rayas con grilletes en los pies mientras cantan estrofas referentes a su adicción.
Una de ellas es Marcia Powell, o la recluta número 109416. Cayó presa por llevar 1,5 gramos de marihuana y un día las guardias la encerraron en una jaula bajo el sol. “No había nada: ni agua ni un taburete ni un camastro. La temperatura rozaba los 42 °C”. Pasó horas encerrada y murió con la piel quemada y los órganos deshechos.
Usted encontró historias perturbadoras, como la de Powell, o la de un transexual que vendía crack en Brooklyn, o la de una mamá que buscaba a su hija arrebatada por los Zetas. ¿Cuál simboliza esta guerra?
Todas. Ese es el problema: esta guerra causa diferentes impactos. Muchos civiles que no tienen nada que ver también han sido víctimas. Marisela, que hizo una gran travesía para encontrar a su hija luego de que se la llevaran los Zetas, es un ejemplo de eso. Tenía un gran coraje. Ella y Billie Holiday son las personas que podrían simbolizar todo el sufrimiento. Ellas dos me hicieron ver que los adictos y las víctimas de esta guerra pueden ser héroes.
En su libro menciona casos exitosos, como el de Portugal. ¿Cuál fue la estrategia para que allí la población cambiara su posición frente a las drogas?
En 1990, en Portugal, uno de cada cien habitantes era adicto a la heroína. Cada año había más gente en prisión. Pero un día el primer ministro y el líder de la oposición se juntaron y decidieron organizar un panel de científicos para que les ayudaran a resolver el problema. El panel lo estudió y dijo: “Hay que despenalizar todas las drogas. Desde el cannabis al crack. Luego, cojan todo el dinero que gastaban en poner en prisión a los adictos e inviértanlo”. Lo que hicieron fue invertir esos recursos en centros de rehabilitación y en programas de empleo. La idea era que cada adicto tuviera un propósito en la vida. Empezaron ese programa hace 15 años. La población que se inyectaba heroína disminuyó 50% y la transmisión de VIH en adictos se desplomó, lo mismo que el número de muertes por sobredosis.
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El médico que hizo posible que Portugal diera ese paso se llama João Goulão. En sus palabras, lo que lo condujo a implementar la iniciativa fue entender el consumo como un síntoma de sufrimiento. “La alternativa portuguesa está basada en la creencia de que las drogas no van a desaparecer. Por lo tanto, es preciso dotar a las personas de las herramientas internas —la confianza, el conocimiento, el apoyo— que les permitan tomar las decisiones correctas”, escribe Hari.
Algo similar hizo Suiza. Al ver que los índices de consumo de heroína se estaban disparando, abrieron centros en los que, a través de una prescripción médica, se les facilita metadona a los adictos, y si no la toleran se les suministra heroína. “El programa gira en torno a la idea de que es preciso ayudar a la persona a reconstruir su vida: debe tener su terapia, su casa y su puesto de trabajo”. Gracias a esa iniciativa los robos de vehículos se han disminuido en 55% y los atracos en 80%.
Colombia es uno de los países que más ayuda han recibido de EE.UU. para combatir las drogas. ¿Cómo analiza nuestra historia?
Es una política impuesta en la que hay mucho dinero de por medio. Creo que son lo suficientemente inteligentes para darse cuenta de que esa guerra no ha funcionado. Y aunque se demuestre una disminución, lo que sucede es que el comercio se traslada a otros lugares, como México. Hoy Colombia puede mostrar qué ha resultado de esta guerra. Ha padecido las peores consecuencias.
Después de ese recorrido concluyó que nuestra idea de la adicción es errónea. ¿Por qué?
Me di cuenta de que algo estaba mal en esa definición. La noción de adicción viene de un experimento que hicieron con ratas en los años 20. Encerradas en una jaula, a unas les daban agua y otras agua con heroína. El desenlace era fácil de predecir. Pero un profesor de psicología de la Universidad Simon Fraser hizo otro experimento años después. Bruce Alexander puso a las ratas con los mismos recipientes pero en un paraíso. Estaban con otros individuos, podían tener sexo, jugar. En la jaula, a la que llamó Rat Park, éstas consumían menos de 5 mg. En las jaulas aisladas tomaban 25 mg diarios. Alexander muestra que la adicción depende de la adaptación al ambiente.
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Uno de los ejemplos que cita Hari para comprobar esa teoría es lo que sucedió en la guerra de Vietnam. Alrededor del 20% de las tropas de EE.UU. usaban heroína y “la población estaba muy preocupada”. Pero luego, cuando fueron devueltos a casa, dejaron de consumirla. “Me di cuenta —continúa Hari— de que lo que hay que reforzar son las conexiones con los adictos, que sepan que no están solos. No puedo decir que sea fácil de hacer. Pero es la única forma de tratar la adicción. Hace cien años elegimos un camino. Ahora podemos tomar otro. Sólo debemos escoger cuál. Si el de Portugal o el de Arizona”.