Fuente: Brecha
1 de Abril, 2011
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Entrevista con Milton Romani, Secretario de la Junta Nacional de Drogas (JND) del Uruguay
Por Tania Ferreira
“Pretender que la práctica del masticado de la hoja de coca es igual al consumo ilícito viene con el olor de joder a Bolivia, con otros motivos”. Ese fue el fundamento por el cual Uruguay apoyó en Viena*, durante el 54º período de Sesiones de la Comisión de Estupefacientes de las Naciones Unidas, la propuesta de Bolivia de enmendar el artículo de la Convención contra ek consumo de Estupefacientes que sostiene que el mascado de coca es una actividad ilícita. El modelo prohibicionista ha fracasado, dijo Romani a Brecha.
En 2008, en la anterior conferencia de Viena, Uruguay promovió una declaración sobre la debida integración entre los instrumentos de derechos humanos y la política de fiscalización de drogas, documento copatrocinado por Argentina, Bolivia y al que después se sumó la Unión Europea. Con esa propuesta Uruguay logró que se le reconociera un lugar en el debate internacional sobre el tema drogas, incorporando la dimensión derechos humanos, el tema de la reducción de daños -que para algunos países es una mala palabra-, y por reclamar un debate democrático.
Una de las peculiaridades que tiene el modelo prohibicionista vigente y hegemónico en todo el mundo es que el tema drogas no es debatible. Se lo ve como una cruzada contra el demonio en la tierra’, y por lo tanto discutir sobre eso es una traición a la causa.
Este año fuimos a Viena a respaldar a Bolivia, que presentó una enmienda al artículo que le otorgaba el “beneficio” de 25 años para erradicar la costumbre del masticado de coca. Este es uno de los absurdos que tiene el modelo prohibicionista: el de no reconocer el aspecto vincular que tiene el trinomio hombres-mujeres, sustancia y medio ambiente. En este último se contempla no sólo la naturaleza sino también la cultura del hombre. Pretender declarar ilícito el masticado de coca es como querer erradicar el mate en Uruguay.
En la reunión de Santa Cruz de la Sierra, en 2007, ya habíamos apoyado a Bolivia en este tema y en el derecho que tiene a ensayar la “erradicación consensuada” de la producción de hoja de coca, en la que se acuerda con las federaciones campesinas sobre lo que es necesario para el consumo propio. El gobierno de Evo Morales realiza un combate al narcotráfico excepcional.
Hay hoy en Bolivia 36 mil familias que viven de la producción de la hoja de coca en la zona de Chapare, y otras 1.200 en la zona de las yucas. Cuando se habla de estas cosas en los foros internacionales existe una gran hipocresía. Los productos naturales bolivianos tienen impedimentos de ingresar al mercado mundial por las prácticas proteccionistas. Por lo tanto hay campesinos que se dedican al cultivo de la hoja de coca y el resultado va a parar en gran parte al narcotráfico, además de que Bolivia sigue teniendo -incluso bajo el gobierno de Evo- una ley de drogas que tiene llenas las cárceles de gente capturada, por ejemplo, por pisar hojas.
-¿Cuáles serían los motivos o intereses de los demás países para interceder en favor de Bolivia?
Bolivia tiene un problema de drogas que no es sólo suyo, sino de la región. Pero es inaudito que haya una santa cruzada contra el masticado de hoja de coca. Tengo el derecho a presumir que detrás de esta posición moralista hay intereses geopolíticos de algunos países del primer mundo que pretenden tener una posición hegemónica dentro de América del Sur. A nombre de controlar el narcotráfico o el espacio amazónico hay posicionamientos que son militares y políticos. Aspectos de la soberanía nacional, el territorio y la cultura están comprometidas por este enfoque moralista.
En el tema drogas existe una responsabilidad conjunta entre el norte y el sur que debe ser compartida en términos de equidad. No puede ser que el sur esté poniendo los muertos, combata los cultivos, desarrolle controles antidrogas y antilavado de dinero, mientras que el norte –que es el gran demandante en el tema drogas- ni siquiera reconozca los problemas regionales que tenemos o no respete nuestras culturas y forma de encarar el tema. Las cargas están muy mal repartidas. En este contexto, parece ilógico y absurdo pretender que en Bolivia, Perú o en el norte argentino se declare que el masticado de coca es un hecho ilícito.
-¿Cuán fuerte sigue siendo el modelo dominante?
Mucho. Lo bueno es debatir para demostrar su inconsistencia. Otro ejemplo: el modelo de regulación y fiscalización de sustancias narcóticas o estupefacientes –como les gusta decir a los estadounidenses- es muy duro, no se puede quebrar. Ni siquiera con prácticas como la masticación de la coca o el autocultivo de marihuana, a pesar de que en varios estados norteamericanos el uso medicinal del cannabís esta permitido. ¿Por qué no se puede quebrar? Porque, según se dice, estas sustancias hacen mucho daño y están vinculadas al crimen organizado. Pero qué paradoja que en el territorio norteamericano el mercado de armas esté totalmente desregulado. Ahí sí que existe liberalización total de la producción, tráfico, comercialización y suministro, basado además en un precepto constitucional por el cual un ciudadano norteamericano tiene derecho a estar armado para defender su patria. Si hay lugares en el mundo donde existe ese derecho, no tiene mucha consistencia que seamos tan rígidos con las drogas. Deberíamos controlar las dos cosas con un criterio de sabiduría.
Son contradicciones que rompen los ojos y derivan en la necesidad de cambiar de modelo de regulación sobre las cosas que nos hacen mal a los hombres y mujeres. Para ello, hay que apostar a hacer partícipe a la sociedad para cogestionar los riesgos en esos temas. El modelo prohibicionista no funciona. El Estado debe fiscalizar, pero después deben existir otros mecanismos que sean de autorregulación y que se incorporen a la cultura de la gente. Si yo establezco un frente de batalla donde todos son enemigos -empezando por el consumidor, el pequeño campesino o la mula- le pego a tanta gente que distraigo la fuerza del Estado en los grandes temas, como el crimen organizado y el lavado de dinero.
Uruguay tiene con Bolivia un Mecanismo de Coordinación y Consulta desde la reunión en Santa Cruz de la Sierra de julio de 2007, donde se estableció el respaldo a la lucha contra el narcotráfico y una “política de revalorización y dignificación de la hoja de coca” ante los organismos internacionales. Allí se enfatizó en la necesidad de una defensa de los valores, usos tradicionales y culturales de la coca, así como en la “promoción y producción de coca orgánica con miras a impulsar la industrialización de sus derivados lícitos.” Desde ese año la delegación uruguaya expresó su respaldo al derecho de Bolivia a desarrollar una estrategia propia de erradicación consensuada y un Plan de Lucha contra el narcotráfico.
El apoyo a Bolivia consiste además en aclarar que no se trata de legalizar la hoja de coca, lo que supondría sacar de las listas de las convenciones sobre drogas su carácter de estupefaciente, sino que “políticamente está en juego un principio prohibicionista inaceptable y una forma de presionar a Bolivia”.
Este año, el planteo de Uruguay en Viena apuntó a promover la integración de los convenios que regulan los temas de drogas y tráfico ilícito con los instrumentos internacionales de derechos humanos, apoyando la idea de que es necesario respetar la singularidad y características socioculturales de cada pueblo y que la legislación internacional debe contemplar la soberanía de cada nación.
-¿El cambio de modelo también tiene que ver con la idea de descriminalizar las sustancias consideradas “menos nocivas” como la marihuana?
El de la nocividad no es un argumento fuerte. La marihuana, como la cocaína o los opiáceos, producen adicción o no pero hay que tener conciencia de que no son un caramelo. Sigo pensando que en ese tema hay que avanzar por los mejores mecanismos de regulación y autorregulación.
No estoy de acuerdo con la liberalización de la marihuana; ese es un concepto de mercado de la etapa neoliberal. Estoy de acuerdo con otros mecanismos, como las cooperativas de cannabis, los clubes sociales, el autocultivo.
Lo ilícito del autocultivo de marihuana también muestra lo absurdo de un modelo prohibicionista. Evidentemente, ante las distintas interpretaciones de los jueces está bueno hacer una modificación de la ley que asimile una cantidad razonable de plantas autocultivadas para consumo personal. De otra forma, vamos a llenar cárceles con personas que consumen marihuana.