Fuente: El País
11 de septiembre, 2011
PABLO DE LLANO
Este estimulante natural, ingrediente base de la cocaína, se vende en puntos de Madrid – Es un comercio ilegal que conocen pocos y se practica con discreción
La ONU prohibió su cultivo en 1961 pese a contener menos de un 0,8% de droga
Los bolivianos lamentan que se estigmatice cuando en su país es legal
“Salteñas, salteñitas, tucumanes, asaditos. ¡Hay pan de ají! Empanaditas de queso. ¡El pan vallegrandino!”. En una mañana soleada, una señora recorre la acera frente al Consulado de Bolivia ofreciendo comida casera. Desaparece un momento. Entretanto, otro vendedor ambulante enseña discos de cumbias. “Mire, todos están bien grabaditos”, le dice a una clienta. Reaparece la señora de las empanadas e intercambia con una persona que la esperaba una bolsita verde por un billete de cinco euros. Otra vez, recita con parsimonia: “Salteñas, salteñitas…”.
El objeto del trueque es un montón de hoja de coca, una planta prohibida por la ONU, ilegal en España, inofensiva según estudios científicos, pero catalogada como estupefaciente. Tratada con ácido sulfúrico, se convierte en pasta base de cocaína, un engrudo que se guisa con otros químicos para producir clorhidrato de cocaína, la droga que 3 de cada 100 españoles esnifa al menos una vez al año.
La hoja de coca, en sí, no es más que un estimulante natural que se masca o se bebe en infusión (ayuda a sobrellevar el mal de altura, como saben quienes han pisado tierra andina). Cada hoja contiene menos de un 0,8% de droga: para elaborar un kilo de cocaína se necesitan entre 600 y 1.000 kilos de hojas, según el Gobierno de Colombia, donde más se cultiva (junto a Perú y Bolivia).
En Madrid, el menudeo de hoja de coca es un asunto menor, un negocio doméstico entre algunos inmigrantes bolivianos donde no se mete nadie, ni la Policía Nacional ni la Guardia Civil, que prefieren hacer la vista gorda y no ponerse exquisitos con la legalidad. Aparte de la oferta ambulante que hay frente al Consulado de Bolivia, el foco del estraperlo es el distrito de Usera, el segundo con más bolivianos (5.186; en toda la ciudad hay 35.583). Parece complicado encontrar por la calle a alguno que la tome, aunque todo aquel al que se pregunte sepa decir dónde se vende.
Entramos en tres tiendas de alimentación recomendadas. En la primera, un empleado reconoce con la boca pequeña que tienen hoja de coca, pero la encargada lo niega. Algo mosqueada dice que no tiene “nada que ver con eso”; luego se va relajando y habla de la cantidad de cosas que se pueden hacer con la hoja (“chicles, caramelos, jarabe de la tos, champú”) y acaba defendiéndola como algo propio: “Está satanizada por los españoles. ¡Piensan que es cocaína!”. Los bolivianos le tienen cariño pero prefieren evitar líos. Saben que el comercio doméstico es un asunto tolerado, por nimio, y charlan abiertamente, pero no quieren que se menee el arbusto.
La prudencia desaparece en otra tienda de Usera, donde da la impresión de que la despachan con la misma naturalidad que si fuera laurel: “Hola, ¿tienen hoja de coca?”. “Sí”, responde mecánicamente un chico latino. Pone una bolsa generosa sobre la mesa: “100 gramos, 18 euros
[en el mercado negro sudamericano un kilo vale un euro, según el Gobierno colombiano]”. El jefe, español, cobra y con formalidad, entrega factura.
En el tercer establecimiento se vuelve a la técnica del tapadillo. Atiende un señor boliviano, sentado con mucha cachaza detrás del mostrador de su tienda vacía. Dice que puede tener las hojas en una hora. El cliente no tiene tiempo, y el hombre cambia el plan. “Bueno, espérese aquí”. Va a una habitación trasera y sale con una bolsita. Cinco euros, 20 gramos.
Este teatrillo velado que ocurre en tiendas anónimas de Madrid es consecuencia de una decisión tomada por la ONU en 1961: la prohibición del masticado y el cultivo de la hoja de coca. La norma se incumple, en mayor o menor medida, en las naciones cocaleras. Colombia, la más rigurosa, solo deja que se cultive y consuma en zonas indígenas. Perú permite el comercio minorista y tiene una empresa estatal que controla la producción. En Bolivia el comercio es legal y su consumo está generalizado, sobre todo entre las generaciones mayores.
El nudo del problema es el uso que se pueda dar a la hoja. Según Eusebio Mejías, director técnico de la Fundación de Ayuda contra la Drogadicción, una entidad privada española, “los organismos internacionales tienen miedo de levantar la mano y que la mayoría de la hoja vaya a la producción de cocaína”. La amenaza del narcotráfico afecta a una planta, que probablemente no sea dañina en estado natural. Según Mejías, la propia ONU ha comprobado que la hoja de coca es inofensiva. “Hicieron un estudio que la absolvía, pero nunca se publicó”, afirma.
En España, los bolivianos lamentan que su hoja cargue con la condena de la cocaína. Se les puede preguntar cien veces si tiene algún efecto negativo y solo se oirá hablar de sus bondades, de una planta “como la tila o como el pan para los españoles”, de una costumbre sana con el certificado de calidad de los dioses indígenas.
Para un paladar español, tomada en infusión, sabe amarga. Mejora mucho con azúcar. Y el 0,8% de cocaína se nota, con cuatro hojitas, como una taza de café.