Fuente: El Tiempo
15 de abril, 2012
Por Mauricio Vargas
El tema de despenalizar las drogas es puro bla, bla. Ahora llegó a las cumbres presidenciales, que nada deciden.
No hay que pensar con el deseo. Llevo más de 25 años escuchando que ahora sí se va a abrir el debate sobre la fracasada guerra contra las drogas ilícitas y, más aún, sobre su legalización o al menos su despenalización. A mediados de los años 80, cuando estaba en la revista Semana, hicimos una carátula sobre el tema, que repetimos en la década siguiente. ¿Algún avance concreto? No, pura tinta para distraer incautos. Cómo andará de mal el asunto que ya se puso de moda en las cumbres presidenciales, como la de Cartagena, lo que garantiza que, aparte de resolverles el problema de falta de tema a los redactores de discursos de mandatarios y cancilleres, el asunto caiga en un pantano de verborrea. Y eso por muy franco que sea el debate: porque una cosa es debatir y otra muy distinta, tomar decisiones.
Varios expresidentes, como César Gaviria, de Colombia; Fernando Henrique Cardoso, de Brasil, y Ernesto Zedillo, de México, han hecho, ellos sí, propuestas concretas, advirtiendo que no se trata de legalizar el consumo -ni mucho menos la producción ni el tráfico-, sino de descriminalizar conductas de los consumidores. Es propuesta de expresidentes, no de presidentes, y eso lo dice todo. Los expresidentes proponen pero no mandan. Los presidentes, que en teoría mandan, sólo debaten.
A mí, al contrario de la corriente en boga, la despenalización del consumo me parece el peor de los mundos para Colombia. Defender ese paso es prueba de la ingenuidad voluntarista que guía a muchos. Colombia es, sobre todo, un país productor y exportador, en especial de cocaína. Si su consumo se despenaliza, las autoridades de los países ricos, donde siempre hay millones de narices ávidas de polvo blanco, podrán olvidarse de combatirlo y absolutamente toda la represión se centrará en los países productores como el nuestro, pues la propuesta no incluye despenalizar producción ni tráfico.
Es la vietnamización absoluta de esta guerra, la concentración de la represión en nuestras selvas, campos y montañas, en nuestros aeropuertos, puertos y caminos. Y con el cinismo que caracteriza a los líderes de los países del primer mundo, nos dirán: aquí ya dimos el paso, despenalizamos, resolvimos el problema, pero ustedes siguen produciendo como locos. Así que no nos pongamos tan contentos con aquello de que hay pasos -que los hay en algunos países europeos y en varios estados de EE. UU.- en materia de despenalización. Despenalizar el consumo no acaba con las mafias, y aquí, en México, Brasil y Centroamérica tendremos que seguir persiguiendo capos, con enormes costos y sacrificios.
Muy distinta sería una legalización general y absoluta, como alguna vez la propuso el economista Milton Friedman. Significaría legalizar toda la cadena: la siembra, los laboratorios de producción, el tráfico, las ventas al por mayor y al detal, y el consumo. Ahí sí podría valer la hipótesis de que eso acabaría con las mafias que se lucran de gigantescas utilidades gracias a la prohibición, pues esta encarece el producto y genera los enormes márgenes que vuelven poderosísimos a capos e intermediarios.
Pero la despenalización del consumo, solita, no sirve para nada. Repito, empeora las cosas para Colombia. Y como casi nadie se atreve a defender la legalización absoluta, y en cualquier encuesta en el mundo el rechazo a un paso semejante supera el 70%, lo que andamos es hablando pendejadas: pasarán décadas antes de que la contundente lógica neoliberal de Friedman a favor del libre comercio de las drogas ilícitas comience a imponerse, si es que eso algún día ocurre. Por ahora, el asunto seguirá siendo un divertimento para conferencias, un relleno para diapositivas de Power Point, un tema de expresidentes, columnistas y -qué gran avance- cumbres presidenciales que nada deciden.
Ver el mapa sobre las posiciones de los países latinoamericanos en el tema de las drogas.