Fuente: El Tiempo.com
11 January 2013
By Cecilia Rodriguez
Uno de los periódicos aquí en Luxemburgo publicó un aviso de una página con la foto del ministro de Salud fumando un gran porro de marihuana. Es parte de una campaña publicitaria y la foto es un montaje para anunciar que “cuando el gobierno legalice la cannabis usted lo leerá primero en este diario”.
Aunque inusual y un poco arriesgado, el aviso no provocó ninguna crítica o reclamo por parte de los lectores, del Gobierno, ni del Ministro. Como si se tratara de una publicidad normal, no diferente a ver gente fumando marihuana en el cine o en series de televisión, lo cual ocurre con más y más frecuencia. Fumar hierba hoy comienza a ser aceptado como lo fue fumar cigarrillo en otras épocas. El uso es tan común que se refleja en distintas expresiones de la cultura popular y como pasatiempo para adultos ya no escandaliza a nadie.
No se trata solo de la representación más realista del consumo de cannabis en los medios de comunicación o de las recientes medidas para despenalizar el uso recreacional y medicinal de marihuana en distintos países, incluyendo, sorprendentemente, varios estados en EE. UU. Es también que la ola internacional de apertura a la idea de legalización está abriendo puertas a esfuerzos y actividades que hasta ahora habían operado bajo radar debido a la naturaleza ‘ilegal’ de la hierba.
Francia ofrece el ejemplo más reciente sobre el cambio de actitudes aquí en Europa. Si bien el consumo y la posesión de marihuana para uso personal no es delito, cultivar y venderla sí lo es. Con el argumento de que la cannabis cultivada y vendida legalmente es la mejor manera de erradicar las mafias del tráfico ilegal, grupos de cultivadores que operaban a escondidas decidieron salir del anonimato para presionar abiertamente al Gobierno en favor de la legalización. Reunidos en organizaciones conocidas, como Cannabis Social Clubs, hay entre 150 y 200 clubes repartidos por el país.
A diferencia de Holanda, donde contradictoriamente es legal vender cantidades menores y fumar marihuana en los famosos coffeshops (cafés autorizados), pero es delito cultivar y comprar para comerciar, los clubes franceses siguen el modelo español, donde la ley permite el cultivo en cantidades controladas y para uso privado. Existen numerosos “clubes cannábicos” que cultivan y proveen marihuana de manera colectiva para los socios, de acuerdo con cuotas más o menos estrictas, argumentando que así se puede mantener mejor control del mercado, la calidad del producto, los precios y asegurar que no se venda a menores.
Los clubes sociales de cannabis franceses anunciaron la intención de comenzar en febrero a solicitar permisos de funcionamiento en las prefecturas de policía. Como los permisos no existen, “se trata es de un acto de desobediencia civil con el objeto de imponer nuestra actividad”, declaró Dominique Broc, quien tiene un “espacio de cultivo” de aproximadamente 100 metros cuadrados en su casa.
Otro efecto de la apertura global del debate sobre marihuana es la publicación de experimentos científicos que se mantenían en secreto. Es el caso de “granjas de cannabis”, aprobadas por el gobierno en Israel.
Aunque el uso y posesión de marihuana es todavía ilegal en Israel y el uso medicinal no ha sido del todo regularizado, las plantaciones localizadas en sitios secretos están -según el New York Times- “a la vanguardia del debate sobre la legalidad, los beneficios y riesgos”. Equipadas con los más sofisticados equipos para controlar la luz, la humedad, el calor, la composición del suelo y las propiedades de los diferentes tipos de hierba, las granjas son además prósperas empresas comerciales.
Para los críticos, mientras la hierba siga siendo ilegal, ese tipo de experimentación es un negocio ilegal disfrazado bajo la insignia de ciencia y manejado por un nuevo tipo de mafia que usa uniformes blancos.