Una hojita verde llamada coca
Johanna Levy, Caracas
Víctima de confusión con la cocaína, la hoja de coca fue proscripta por todas las instancias internacionales ignorando los resultados de diversas investigaciones independientes que destacaban sus propiedades alimenticias, terapéuticas y farmacéuticas. La prohibición de su producción, industrialización y comercialización fue un duro golpe para los países andinos. Sin embargo, se espera que el presidente de Bolivia, Evo Morales, logre convencer a Naciones Unidas de revisar el estatuto de la hoja verde de los Andes para fomentar el desarrollo.
“¿Conoce usted muchas plantas que contengan más calcio que la leche, más hierro que la espinaca y tanto fósforo como el pescado?” Nieves Mamani es miembro de una de las seis federaciones sindicales del Trópico de Cochabamba, en el Chapare boliviano. Al igual que a cientos de miles de campesinos andinos, el desempleo y la falta de competitividad de otros productos agrícolas la obligaron a hacer de la producción de coca su principal fuente de subsistencia. “Todas nuestras esperanzas están puestas en la posibilidad de comercializarla en todo el mundo –precisa Mamani–. Esto nos brindaría no sólo una seguridad económica, sino también la garantía de no estar más a merced de los narcotraficantes.” Sí, pero…
Una vez más, en su informe del 5 de marzo pasado, la Junta Internacional de Fiscalización de Estupefacientes (JIFE) (1) calificó a la coca de “ilícita”, instando nuevamente a “Bolivia y Perú a modificar su legislación nacional para eliminar o prohibir las actividades contrarias a la Convención de 1961, como la masticación de la hoja de coca y la fabricación de mate de coca y otros productos que contienen alcaloides, para el consumo interno o la exportación” (2).
Para el gobierno de Evo Morales, se trató de un revés: desde su llegada al poder en 2005, el Presidente boliviano está muy decidido a demostrar a la “comunidad internacional” que la hoja de coca no es un estupefaciente.
Cultivador de coca en los yungas, otra gran región productora, Emilio Caero señala con énfasis que la coca no estaría estigmatizada como lo está si los países del Norte no la consumieran en forma de clorhidrato de cocaína: “Sin Estados Unidos, la coca no estaría asimilada a una droga. Se paga el precio de una práctica totalmente ajena a nuestra cultura”.
Prejuicios y dogmatismo
Planta sagrada de los Andes (3), la “mama coca” sufrió en efecto, en el siglo XX, las consecuencias del éxito de sus numerosas virtudes. Utilizada con fines religiosos y terapéuticos durante miles de años por las civilizaciones incaica y preincaica, y, desde hace siglos, por las culturas amazónicas y guaraníes, la hojita verde (erythroxylon coca) se destaca por sus efectos energizantes. Desde luego, los evangelizadores la consideraban un producto demoníaco, motivo de varios concilios celebrados en Lima (1551-1772). Sin embargo, una vez masticada –lo que multiplicaba el rendimiento de la mano de obra indígena sometida a trabajo forzado en las minas–, o consumida como infusión, la coca haría la fortuna de los conquistadores españoles… antes de hacer la de la más célebre bebida del mundo, ¡Coca-Cola! (4).
Pero son fundamentalmente sus propiedades anestésicas y analgésicas las que la llevarán al pináculo de la ciencia médica con el descubrimiento de Albert Niemann del alcaloide cocaína en 1858. Éste representa menos del 1% de los catorce alcaloides que pueden extraerse de la hoja de coca. Así, constituirá el principal medicamento de la farmacopea moderna –utilizado como anestésico local en cirugía oftalmológica, pero también para el tratamiento de enfermedades respiratorias como la tuberculosis o el asma (5)– hasta su reemplazo en 1923 por la molécula sintética creada por el bioquímico alemán Richard Willstatter.
La hoja de coca perdió entonces el favor del mundo occidental. Peor aún. Se la considera responsable de la adicción de millones de consumidores, en todas partes del mundo, al clorhidrato de cocaína, la cocaína. Una acusación que hizo que Naciones Unidas prohibiera su comercialización fuera de las fronteras de los países productores.
Para los investigadores de la red Transnational Institute, especializados en el análisis de las políticas globales contra las drogas, la hoja de coca fue víctima de un doble error: la confusión entre sus efectos y los de la cocaína; su asimilación, con la cocaína, al modelo de dependencia física de los opiáceos (6). “Podría argumentarse que se penaliza la coca porque es la base de la cocaína. ¿Pero qué decir entonces de las diferentes especies de efedra, ninguna de las cuales aparece en las convenciones internacionales, a pesar del hecho de que la efedrina es la materia prima de un inmenso mercado de anfetaminas, o incluso de la corteza del sasafrás, de la cual se extrae el safrole, materia prima del éxtasis?” (7).
“Es verdad que la cocaína puede extraerse de la hoja de coca –reconoce Caero–. Pero para lograrlo se necesitan además ¡cuarenta y un productos químicos cuyas patentes pertenecen a las empresas del Norte!” Para los expertos del Transnational Institute, la prohibición internacional que pesa sobre el comercio de la hoja de coca es “el fruto de una política injusta, basada en datos científicos erróneos que no expresan más que prejuicios culturales. Traduce un dogmatismo institucional”.
Desde mediados de los años ’70, se ha demostrado a través de estudios que la hoja de coca no podía en ningún caso afectar al sistema nervioso (8). Liberada durante la masticación, la poca cocaína contenida en la hoja sería totalmente hidrolizada por el sistema digestivo. Mejor aún. Los beneficios del arbusto fueron, en varias oportunidades, confirmados por análisis científicos. Investigadores de la Universidad de Harvard señalaron, en 1975, que el valor nutricional de la hoja de coca es comparable al de alimentos como la quínoa, el maní, el trigo o el maíz.
“En términos de nutrición, no existen diferencias entre el uso de la coca y el consumo directo de alimentos”, afirman los autores del informe (9).
Abundante en sales minerales, fibras y vitaminas, baja en calorías, la hoja podría, según ellos, figurar entre los mejores alimentos del mundo. Director del Instituto de Cultura Alimentaria Andina de Perú, el Dr. Ciro Hurtado Fuentes (10) preconiza así su utilización en forma de harina, capaz según él de acabar con el hambre que sigue afectando a 52,4 millones de personas en el subcontinente americano. Además de sus propiedades alimenticias, también pudieron demostrarse sus virtudes terapéuticas y farmacéuticas. Un análisis de tres de sus alcaloides (cocaína, lisleinamilcocaína y translinalmilcocaína), realizado por un organismo francés, la Oficina de Investigación Científica y Técnica de Ultramar (ORSTOM) (11) y laboratorios bolivianos, probaron en efecto que la coca permitía no sólo “adaptarse a la vida en la altura” –estimulando la oxigenación e impidiendo la coagulación de la sangre–, sino también regular el metabolismo de la glucosa (12).
Estas características permiten presagiar toda una serie de beneficios, desde el tratamiento de la diabetes hasta la prevención del mal de Parkinson, pasando por su utilización como sustituto de la cocaína y del crack. Un estudio exhaustivo de los catorce alcaloides de la hoja de coca podría pues resultar muy útil para la ciencia médica. Sin embargo, el campo de la investigación sigue estando restringido por la condena internacional que pesa sobre el arbusto. Identificada en estado natural como una planta psicoactiva, la hoja de coca es siempre víctima de su principal confusión con “la blanca”.
Una proscripción cuestionada
Breve repaso de los hechos. En 1949, a instancias del representante de Perú ante Naciones Unidas, una comisión efectuó una visita relámpago a ese país y a Bolivia para “investigar los efectos de la masticación de la hoja de coca y las posibilidades de limitar su producción y controlar su distribución”. Con semejante instructivo, los autores insistieron efectivamente en los efectos nocivos de la hoja tanto para el consumidor individual como para la nación productora. En conclusiones apresuradas, la comisión acusó a la masticación de la coca de causar desnutrición y “efectos indeseables de carácter intelectual y mental” (13) en las poblaciones de las regiones andinas.
Considerada además responsable de la pobreza del subcontinente debido a que disminuiría la capacidad de trabajo de dichas poblaciones, la acculico (masticación de la coca) continuó siendo calificada sin embargo de “costumbre”. Pero, en 1952, el Comité de Expertos en Farmacodependencia de la Organización Mundial de la Salud (OMS) modificó su postura. Concluyó que la acculico “tiene todas las características de una adicción” (14), adicción definida luego como “forma de cocainomanía” (15).
En lo que concierne a la “comunidad internacional”, los efectos de la hoja de coca se asimilaron así a los del clorhidrato de cocaína. No faltaría mucho más para que se convirtiera en un blanco predilecto. En 1961, era un hecho. Bajo la presión de Estados Unidos, el mayor consumidor del mundo de cocaína (16), la hoja de coca fue clasificada por la Convención Única sobre Estupefacientes entre las “plantas psicotrópicas”, es decir, capaces de producir una droga en estado vegetal. Un régimen de control que, según los investigadores del Transnational Institute, “supera ampliamente el que se aplica a numerosas plantas psicoactivas, muchas de las cuales son más propicias a alterar la consciencia, como la kava-kava (piper methysticum), el kratom (mitragyna speciosa) y diferentes alucinógenos” (17).
Proscripta por todas las instancias internacionales, la hoja de coca no puede desde entonces producirse, industrializarse ni comercializarse.
Sólo se permite su uso tradicional en los países donde existen pruebas de su consumo ancestral, como en el caso de Bolivia, Perú y el norte de Argentina. Sin embargo, dos importantes actores escapan a la regla general y se encuentran curiosamente protegidos: la industria farmacéutica estadounidense –para producir cocaína para uso médico– y la célebre empresa Coca-Cola.
Mientras se asocia a la planta andina con la cocaína, a sus consumidores con toxicómanos, y a sus productores, pronto, con narcoterroristas, la “comunidad internacional” le declara la guerra. En todas partes los países productores implementan políticas de erradicación forzada.
Mientras que el mercado multimillonario de la cocaína, como otrora el de los anestésicos o incluso el de bebidas a base de coca, sigue haciendo la fortuna del extranjero, las principales víctimas de esta política son los pequeños productores andinos.
Los resultados de las investigaciones llevadas a cabo por laboratorios
independientes son ignorados. Los diferentes pedidos de revisión del estatuto de la hoja de coca presentados por los gobiernos boliviano y peruano fracasaron. Única evaluación realizada hasta el momento, el informe de 1950 sigue siendo el criterio de referencia de Naciones Unidas.
Una esperanza nació sin embargo en los años ’90 con el lanzamiento por parte de la OMS de un programa ambicioso, conjuntamente con el Instituto Interregional de Naciones Unidas para la Investigación sobre la Delincuencia y la Justicia (UNICRI): el proyecto “Cocaína OMS/UNICRI”.
Con cuatro años de trabajo, cuarenta y cinco investigadores internacionales asociados, diecinueve países estudiados en los cinco continentes, se trata del mayor estudio jamás realizado sobre el tema.
Señalando los beneficios para la salud humana del uso tradicional de la hoja de coca y preconizando la realización de nuevas investigaciones sobre sus propiedades terapéuticas, el informe causó un escándalo durante la 48ª Asamblea Mundial de la Salud reunida en Ginebra en 1995. Acusando al estudio de “defender la cocaína argumentando que la utilización de hoja de coca no producía daños perceptibles en la salud física o mental” (18), Neil A. Boyer, representante de Estados Unidos ante la OMS, amenazó con suspender el apoyo financiero de su gobierno si se adoptaban oficialmente las conclusiones del informe. Éste fue enterrado de inmediato.
De la represión a la organización
Para los países andinos, esta clasificación tendrá consecuencias funestas. Los años ’90 se caracterizaron en efecto por la aplicación de políticas de erradicación cada vez más represivas. En 1998, la Asamblea General de Naciones Unidas se reunió con el propósito de endurecer la “guerra contra las drogas”. Bajo la presión de Washington, aprobó el “Plan Dignidad” destinado a Bolivia. Con el lema “coca cero” defendido por el general Hugo Banzer, este plan se tradujo en la erradicación forzada y sin compensación de los cultivos de coca. El mismo año, el Congreso de Estados Unidos aprobó el “proyecto de eliminación de la droga en el hemisferio occidental”, que incluía –además de los helicópteros y diversos programas de entrenamiento militar del “Plan Colombia”– un presupuesto de 23 millones de dólares para mejorar la eficacia de los herbicidas utilizados en dicho país, con el fin de erradicar la coca. Se probaron nuevos microherbicidas, a pesar de los riesgos para el medio ambiente y la salud humana.
No debe olvidarse que en Bolivia y Perú, como más tarde en Colombia, el cultivo ilegal, destinado al narcotráfico, se convirtió en una estrategia de supervivencia en períodos de ajustes estructurales. En Perú, la erradicación forzada exacerbó los conflictos sociales, alimentó la violencia subversiva (en particular la de Sendero Luminoso), perjudicó las economías locales y destruyó los bosques provocando la dispersión de los cultivos.
En Bolivia, durante ese período, los enfrentamientos se volvieron cotidianos. En el Chapare no se hizo ninguna distinción entre el traficante de cocaína y el campesino. Entre 1998 y 2002 se registraron treinta y tres muertos, quinientos sesenta y siete heridos, seiscientos noventa y tres detenidos del lado de los cocaleros, veintisiete muertos y ciento treinta y cinco heridos en las filas de las fuerzas armadas (19). “¡Kawsachun coca, wanuchun yanquis!”, se convirtió en el grito de guerra de los pequeños productores. “¡Viva la coca, fuera los yanquis!”
“La democracia para nosotros nada tenía de democracia, sólo era un totalitarismo detrás de una vidriera democrática –recuerda Mamani–. Fuimos masacrados, torturados, encarcelados. Pensaban debilitarnos, dividirnos; en realidad, lo que sucedió fue todo lo contrario.” Sin impacto en el mercado mundial de la cocaína, la estrategia de lucha contra el narcotráfico preconizada por las organizaciones internacionales aceleró en efecto la construcción de la más poderosa organización sindical del país, las seis federaciones cocaleras del Trópico de Cochabamba. En 2005, el movimiento llevó a su dirigente Evo Morales a la Presidencia. Elegido con el 53,7% de los votos para devolver a los pueblos originarios su dignidad, se convirtió en el primer Presidente cocalero de Bolivia y del mundo. Es en él que descansa la dura tarea de convencer a Naciones Unidas de revisar el estatuto de la hoja verde de los Andes.
El “Proyecto Cocaína OMS/UNICRI” sigue presente en la memoria. Pero convencer al gobierno estadounidense de la validez de la gestión boliviana no será fácil. Los reiterados gritos de alarma de su embajador en La Paz, Philip Goldberg, permiten presagiar el modo en que la nueva política boliviana en materia de coca será recibida por Washington (véase “Un eje de desarrollo económico”, en esta página). Para Jorge Alvarado, responsable de la misión diplomática boliviana en Venezuela, la explicación es sencilla: “Mantener la exigencia en términos de reducción de los cultivos y pretender que nuestro gobierno contribuye a la producción de estupefacientes, permite al gobierno de Estados Unidos seguir interviniendo políticamente en nuestros asuntos internos”.
Suficiente para –con el apoyo implícito de la OMS y de la “comunidad internacional”– perpetuar un error que menoscabó durante medio siglo los derechos de los pueblos originarios de Abya Yala (20).
Algunas etapas
1906. La Pure Food and Drug Act establece la primera barrera a la cocaína en Estados Unidos.
1909. Conferencia de Shanghai, por iniciativa de Washington: nacimiento de la ideología de la prohibición de las drogas.
1912. La Conferencia de La Haya obliga a los países signatarios a cooperar en la lucha contra las drogas.
1952-1953. Los expertos de la Organización Mundial de la Salud (OMS) condenan a la coca por su carácter “adictivo”.
1961. Convención Única sobre Estupefacientes. Declara universalmente ilícitos la adormidera, el cannabis y la coca (salvo para la industria farmacéutica, en este último caso). La producción destinada al consumo “tradicional” de Bolivia y Perú se beneficia de una prórroga de veinticinco años. El artículo 27 otorga a Coca-Cola el monopolio mundial sobre el uso lícito de la planta “descocainizada”.
29 de agosto de 1975. En Perú, el golpe de Estado contra el régimen militar (de izquierda) del general Juan Velasco Alvarado deja a miles de campesinos abandonados, prácticamente sin Estado, en medio de las mejores tierras de coca de la cuenca amazónica…
Década de 1980. A través de la Central Intelligence Agency (CIA), el gobierno de Estados Unidos establece lazos con el Cartel de Medellín (Colombia) y se dedica al tráfico de cocaína para financiar a los contrarrevolucionarios nicaragüenses (Contras).
1986. La National Security Decision Directive (NSDD) declara el tráfico de drogas “amenaza letal” para la seguridad nacional de Estados Unidos. La ley 99/570 autoriza a los funcionarios estadounidenses a entrenar y apoyar a las fuerzas policiales y militares extranjeras en las tareas de prohibición.
1987. En Bolivia, el general Hugo Banzer lanza el Plan Dignidad bajo la consigna “coca cero”.
20 de diciembre de 1988. Convención de Naciones Unidas contra el Tráfico Ilícito de Estupefacientes y Sustancias Psicotrópicas. Se exige la adopción de acciones penales. Bolivia, Colombia y Perú expresan sus reservas. Entrada en vigor el 11 de noviembre de 1990.
1992. Durante la Exposición Universal de Sevilla, se prohíbe a Bolivia la exhibición de toda industria derivada de la hoja de coca. El presidente Jaime Paz Zamora, quien se niega a penalizar la coca –bajo el lema “coca no es cocaína”– es acusado de narcotraficante por Estados Unidos.
1995. Bajo la amenaza de retirarle su financiamiento, Estados Unidos logra la eliminación de un estudio de la OMS sobre la coca en la 48ª Asamblea Mundial de la Salud.
1996. En Perú, el gobierno de Alberto Fujimori restablece la erradicación forzada de la coca, bajo la égida del proyecto CORAH (Control y Reducción de los cultivos de coca en el Alto Huallaga), totalmente financiado por Estados Unidos.
Septiembre de 1999. El presidente estadounidense William Clinton y su homólogo colombiano Andrés Pastrana lanzan el Plan Colombia.
2002. En Bolivia, el Decreto Supremo 26.415 declara ilegal la venta de hojas de coca. Al denunciar la “militarización” de la lucha contra la coca, Evo Morales es destituido de su cargo de diputado.
Abril de 2004. Manifestaciones masivas de los cocaleros peruanos.
18 de diciembre de 2005. Evo Morales es elegido presidente de Bolivia.
5 de marzo de 2008. La Junta Internacional de Fiscalización de Estupefacientes (JIFE) ordena a los gobiernos boliviano y peruano prohibir o eliminar la coca.
Un eje de desarrollo económico
“El gobierno de Evo Morales sabe que para reivindicar a la hoja de coca frente a la opinión pública mundial, primero debe demostrar que puede luchar eficazmente contra el narcotráfico.” Tras haber recuperado la empresa municipal de agua de Cochabamba (SEMAPA), cuya suba de tarifas había causado uno de los conflictos sociales recientes más grandes de Bolivia (1), Jorge Alvarado es responsable de la misión diplomática boliviana en Venezuela. Encargado de impulsar la campaña internacional de sensibilización respecto de la coca, cuenta con ella para convencer al Comité de Expertos en Farmacodependencia de la Organización Mundial de la Salud (OMS) de solicitar la revisión del estatuto del arbusto durante su reunión de 2008. Dicha revisión permitiría considerar su eliminación del Cuadro Nº 1 de la Convención Única por parte del Consejo Económico y Social (ECOSOC, en inglés) de Naciones Unidas, y en consecuencia posibilitaría la comercialización legal de la hoja de coca y sus productos derivados en el mundo entero.
“Nuestro objetivo es simple. Queremos producir lo que consumimos tradicionalmente, es decir, alrededor del 60% de la producción actual, y lo que necesitemos para la industria, la elaboración de alimentos y medicamentos a base de coca”, explica Alvarado.
Contrariamente a la política de los gobiernos anteriores, cuyo objetivo era reducir la superficie de coca cultivada en el país a 12.000 hectáreas, conforme a una legislación muy restrictiva adoptada en 1988, el gobierno de Morales se lanzó a un desafío mayor: hacer de este cultivo un medio de desarrollo económico, apuntando a un mercado local e incluso internacional susceptible de absorber mucha más coca legal que la que absorbe actualmente. Si bien las 27.500 hectáreas hoy cultivadas se consideran excesivas, el gobierno boliviano prevé llevar la superficie legal a 20.000 hectáreas.
La estrategia de lucha contra el narcotráfico cambió radicalmente. Ya no se trata de disminuir los espacios cultivados en valores absolutos, sino de lograr neutralizar la producción de clorhidrato de cocaína. Así, a las 12.000 hectáreas reservadas al consumo tradicional deberían sumarse 8.000 hectáreas para la transformación productiva de la hoja en infusiones, harinas, productos cosméticos (dentífrico, champú), biomedicamentos (jarabes, pomadas, mates), abono, o incluso nutrientes para la cría de animales. Productos con un valor agregado, capaces de ofrecer nuevas oportunidades económicas a los productores desviándolos del narcotráfico.
Solidaria con la política boliviana, Venezuela anunció que su país comprará todos los productos fabricados en las plantas de industrialización de coca, en caso de que éstos no sean absorbidos en su totalidad por el mercado nacional, garantizándole así su colocación (2). Tras haber declarado que mascaba todas las mañanas hojas de coca para mantenerse en forma, el presidente Hugo Chávez, quien apoya firmemente a Morales, fue acusado por la oposición, siempre tan delicada, de “apología del consumo de droga” y de ser él mismo un “drogadicto” (3).
Para garantizar la “reducción voluntaria” de las superficies excedentes, el gobierno boliviano cuenta con la colaboración de las organizaciones cocaleras. La concertación, uno de cuyos principales impulsores fue Evo Morales, resultó sin duda exitosa. “En un año, se logró la reducción de 8.000 hectáreas de la superficie cultivada –recuerda el diplomático–. Nunca se había podido realizar semejante reducción. Las organizaciones sindicales saben que es el único camino para garantizar el mantenimiento de la producción de coca.”
Para el gobierno, la clave de la lucha contra el narcotráfico reside en el control social ejercido por las organizaciones sindicales. Combinada con la confiscación del producto terminado (4), y con una intensificación del combate contra el ingreso de los precursores químicos en el territorio nacional, esta eliminación pacífica de los cultivos excedentes debería, según éste, contribuir a la interrupción de las actividades ilícitas.
Una lógica matemática. Resta evaluar las cantidades de coca necesarias para satisfacer a la vez su uso tradicional y su utilización industrial. “Para establecer el nivel de demanda tanto en el mercado nacional como en el internacional, así como las cantidades necesarias, resulta indispensable un estudio –señala Alvarado–. Pero éste requiere el apoyo de toda la comunidad internacional, incluso de Estados Unidos”.
1 La primera “guerra del agua” (1999-2000) hizo que el gobierno de Hugo Banzer diera marcha atrás en el contrato de concesión que otorgaba por cuarenta años la distribución del agua de la ciudad a Aguas del Tunari, una filial de la multinacional estadounidense Bechtel, y derogara la Ley 2.029 que convertía al agua en una mercancía.
2 “En diciembre comienza la industrialización de la coca y Venezuela comprará toda la producción”, ABI, La Paz, 8-10-06.
3 La cadena de televisión privada Globovisión manejó la campaña a su modo, difundiendo imágenes del presidente Chávez detrás de un paquete de polvo blanco. Se trataba de… leche en polvo; la imagen había sido tomada durante la inauguración de una fábrica productora de este alimento.
4 Entre el 1 de enero y el 3 de agosto de 2006, se confiscaron en Bolivia 8.343 kilogramos contra 6.312 en el mismo período de 2005; en 2006 se destruyeron también 4.070 laboratorios de pasta de coca y de cocaína, es decir, un 50% más que en 2005.
REFERENCIAS
(1) Órgano de control casi judicial encargado de supervisar la aplicación de los tratados internacionales sobre el control de drogas. Las funciones de la JIFE están enunciadas en los siguientes tratados: Convención Única sobre Estupefacientes de 1961; Convención sobre Sustancias Psicotrópicas de 1971; Convención de Naciones Unidas contra el Tráfico Ilícito de Estupefacientes y Sustancias Psicotrópicas de 1988.
(2) www.incb.org/incb/fr/annual-report-2007.html
(3) El cultivo de la coca se concentra esencialmente en tres países andinos: Colombia, que representa el 50% de las superficies cultivadas con 78.000 hectáreas; Perú, el 33%; Bolivia, el 17% (JIFE, 2007).
(4) Hasta 1903 y la primera ley estadounidense sobre drogas y alimentos (Pure and Food Drug Act), Coca-Cola incluía pequeñas cantidades de cocaína en su bebida. A partir de ese año, la cocaína fue reemplazada por la cafeína, pero se conservaron todos los demás alcaloides de la coca.
(5) Otros, especialmente Sigmund Freud, la utilizarán también por sus virtudes afrodisíacas.
(6) La cocaína, al igual que los demás estimulantes, tiene primero efectos psíquicos
(7) Drogas y conflicto, N° 13, Transnational Institute, Amsterdam, mayo de 2006.
(8) Además de los estudios citados, véase Timothy Plowman y Andrew Weil, “Coca Pests and Pesticides”, Journal of Ethnopharmacology, 1979; Teobaldo Llosa, Coca Médica, año 1, N° 1, Lima, septiembre de 2006.
(9) Duke Aulik y Timothy Plowman, Nutritional Value of Coca. Botanical Museum Leaflets, Harvard University Press, Boston, 1975.
(10) Ciro Hurtado Fuentes, Harina de coca: solución prodigiosa del hambre-malnutrición en el Perú y países andinos, INCAA, Lima, 2005.
(11) En 1984, la ORSTOM se transformó en el Instituto de Investigación para el Desarrollo (IRD, por su sigla en francés).
(12) Favier Caceres Guillon et al., “Coca chewing for exercise: hormonal and metabolic responses of nonhabitual chewers”, Journal of Applied Physiology, Vol. 81, N° 5, noviembre de 1996.
(13) Puede consultarse una parte del informe en el sitio de la UNODC
(14) OMS, Technical Report Series 57, marzo de 1952
(15) OMS, Technical Report Series 76, marzo de 1954
(16) Según el informe de la JIFE del 1 de marzo de 2006, aproximadamente (13) millones de personas consumen cocaína en el mundo; la cocaína ocupa el segundo puesto entre las drogas consumidas en Estados Unidos (2,3 millones de consumidores).
(17) Transnational Institute, op. cit.
(18) “Forty-eight World Health Assembly”, Summary Records and Reports of Committees, World Health Assembly (WHA), Ginebra, 1/12-05-1995.
(19) “Estrategia de lucha contra el narcotráfico y revalorización de la hoja de coca”, La Paz, diciembre de 2006,
(20) Nombre dado originalmente por las etnias kuna de Panamá y Colombia al continente americano, antes de la llegada de Cristóbal Colón. Significa literalmente “tierra viva” o “tierra floreciente”.
*PERIODISTA, CARACAS.