Fuente: La Jornada
4 de Enero, 2008
Por: Guillermo García Espinosa
Cusco, Perú.
El aroma de la hoja de coca se expande en el ambiente.
Salas de espera de autobuses y trenes, oficinas de servicios públicos,
locales comerciales y el aliento de mujeres y hombres quechuas y aymaras
está generalmente permeado por la fragancia amarga de un arbusto de la
cordillera de los Andes, nacido silvestre, ahora casi proscrito.
Confundida con la cocaína y sometida a una visión prejuiciosa y errada
que la equipara con la causa de una adicción, la hoja de coca es al
mismo tiempo el eje de un movimiento de resistencia cultural, de
expresiones contraculturales y de aplicaciones tecnológicas en las
industrias alimentaria y farmacéutica.
Todo eso, a pesar de que la llamada Guerra contra las drogas la tiene en
la mira desde hace tres décadas y criminalizó su imagen.
Cualquier rincón de los Andes es territorio cocalero. En estanquillos de
Cusco o Lima, junto a botanas de maíz, hay dulces envueltos en celofán,
con una etiqueta donde destaca una hoja ovalada de tono verde olivo y un
anuncio que dice: “revigoriza”.
En mercados de ciudades andinas, como Potosí, Bolivia, la hoja de coca
está a la vista y se vende como cualquier otro artículo.
La gente prepara infusiones o mastica el vegetal para extraerle, junto
con su sabor amargo, intenso, todas sus propiedades alimenticias y
estimulantes; se trata de un uso ancestral que en Perú y Bolivia
denominan con la palabra quechua acullico, cuyas evidencias
arqueológicas se ubican en el año 2200 antes de nuestra era, en las
tierras bajas de Valdivia, cerca de la frontera entre Ecuador y Perú.
“Es algo autóctono, de nuestros ancestros; por eso reivindicamos la
coca, porque es un producto que está en nuestros genes”, dijo Fredy
Olivera, dueño de una pequeña fábrica de caramelos hechos a base de la
hoja, en Cusco, quien sostiene que la industrialización es parte de la
defensa cultural.
La coca es un vegetal que crece entre los 400 y mil 800 metros sobre el
nivel del mar, pero la producción mundial de alrededor de 300 mil
toneladas se concentra en los Andes, sobre unas 180 mil hectáreas, según
la Organización de las Naciones Unidas (ONU).
Es una planta resistente, capaz de sobrevivir en temporada de secas, en
tierras de pobres nutrientes. La yerba (científicamente conocida como
Erythroxylum coca) es sobre todo generosa, no sólo porque sus hojas se
pueden cosechar tres o cuatro veces al año, sino porque es portadora de
vitaminas A, B y C, calcio, hierro y fósforo.
Salvo excepcionales plantíos en Brasil, Guyana, Venezuela, India y
Madagascar, la mayoría de los cultivos están en Perú, Bolivia, Ecuador y
Colombia.
Perú es el país donde se asienta la mayoría de las pequeñas empresas que
industrializan la planta, con una compañía estatal a la cabeza de ese
proyecto, la Empresa Nacional de la Coca (Enaco), que tiene el monopolio
legal de la comercialización a granel e industrializa productos como el
té de coca, que es de lo más común en los anaqueles de tiendas de abarrotes.
Más que una superstición
“Para muchos (la coca) podría ser sólo una tradición o una superstición.
Pero es uno de los vegetales más alimenticios del mundo. Esto lo
descubrieron científicos de la Universidad de Harvard, y el Instituto
Boliviano de la Altura ha encontrado que los efectos son sumamente
benéficos. Regula la circulación de la sangre, evita la trombosis. Hay
mayor absorción de oxígeno en el cerebro, cura y previene la
osteoporosis”, dijo Sdenka Silva, socióloga, cofundadora del Museo de la
Coca en La Paz.
La industrialización de la coca se ha extendido también a la producción
de galletas y panes de harina de coca, tan populares en Perú y Bolivia
como en Colombia, donde inclusive hay empacadoras.
Pero si Perú ha tomado una posición más agresiva en la producción
industrial, Bolivia ha tomado la iniciativa diplomática para revertir
una decisión de la ONU de 1961, que impuso límites a la producción de
coca en los Andes, donde la cultura aymara de Tiwanaku, a orillas del
lago Titicaca, consagró la hoja de coca hace dos mil 500 años.
Un estudio patrocinado en 1951 por un banquero de apellido Fonda llevó
sin objeciones de los gobiernos boliviano y peruano de entonces a la
conclusión de que la coca era causa de retraso mental. Con base en esa
información, Naciones Unidas lanzó una campaña de erradicación en Perú y
Bolivia, aduciendo que era el origen de la pobreza en esos países y de
la drogadicción en el mundo.
Un siglo antes, la valoración de la coca era diferente. Los europeos la
importaban en grandes contenedores de barco para producir el vino
Mariani, en Francia, y como derivado de esta idea, el farmacólogo John
Pemberton, en Atlanta, Estados Unidos, creó la bebida que finalmente se
transformaría en la Coca-Cola.
Las industrias farmacéuticas europea, estadunidense y japonesa, que es
junto con Coca Cola la principal compradora de la hoja, también
redescubrieron las propiedades anestésicas que las antiguas culturas
andinas le dieron para realizar trepanaciones con fines rituales y
religiosos.
“La estrategia de la Guerra contra las drogas impulsada por el gobierno
estadunidense desde finales de los años 70 se basa en la erradicación de
la hoja, con el supuesto de que es la causa de que exista la cocaína y
también proponiendo que es la manera de acabar con el consumo”, dijo Silva
La socióloga suele ejemplificar la confusión sobre la coca y la cocaína
con un símil entre la hoja y la uva.
“Te puedes comer las uvas que quieras y no terminas borracho. Por eso es
que a nadie se le ocurriría prohibir la producción de uva. Pero en los
Andes está limitado el cultivo de la hoja de coca y su comercio
internacional está prohibido, salvo para el monopolio de la Coca-Cola y
de 32 países –ninguno latinoamericano– que tienen el derecho a producir
legalmente la cocaína”, explicó la socióloga.
Fracasa política de erradicación
A la fecha, informes oficiales de la ONU muestran que la política de
erradicación sólo ha logrado que las plantaciones sean intensivas. En la
década de los 90 la superficie plantada disminuyó de 280 mil a 180 mil
hectáreas, pero el volumen de producción se mantuvo en alrededor de 300
mil toneladas, lo que abarca tanto la cosecha considerada ilegal, como
la autorizada para alimentos y rituales andinos.
El Museo de la Coca, que difunde información desprejuiciada sobre la
hoja y marca la diferencia con la adictiva cocaína, ocupa un espacio
pequeño, sin lujos, donde los visitantes pueden degustar la hoja
mientras observan las mamparas.
Hasta este año, el museo había sido un puntual símbolo de la resistencia
cocalera dentro y fuera de Bolivia, con exposiciones itinerantes. Pero
desde septiembre del año pasado fue el presidente boliviano, Evo
Morales, quien llevó hasta la ONU la defensa de la coca y la necesidad
de revertir la política restrictiva de 1961.
También es Morales, un líder cocalero de ascendencia aymara, quien
propuso en abril pasado que la hoja de coca pase a formar parte de los
iconos del escudo nacional de Bolivia, al lado de la llama y el cerro
mineral de Potosí.
“El hecho de pasar al escudo de Bolivia representaría un reconocimiento
a lo indígena, porque el escudo boliviano ha tenido siempre simbolismos
europeos (laureles, por ejemplo). No es casual que el primer presidente
indígena en América del Sur, Evo Morales, llegara a ese sitial (en enero
de 2006) defendiendo la hoja de coca”, dijo la socióloga.
Morales formó un movimiento político en la región del Chapare, una de
las dos principales productoras de coca, junto a Los Yungas, convertidas
en el blanco central de la Guerra contra las drogas en Bolivia.
Cocalero, documental de 94 minutos del brasileño Alejandro Landes,
estrenado en mayo pasado en Bolivia y Argentina –programado para México
en febrero de 2008–, es una muestra de la lucha de Morales, quien hizo
de la hoja su medio de vida y una bandera contra la injerencia externa
en los asuntos de los bolivianos.
La gran batalla contra la política de erradicación de la coca tendrá
lugar en la ONU en 2008 y para ello, Bolivia –y en menor medida Perú y
Ecuador– preparan sus argumentos en contra de los límites a la
producción y el monopolio comercial mundial, encabezado por Estados
Unidos, Alemania, Francia y Holanda.
Esperan menos restricciones
Industriales andinos como Oliveira saben que la producción de más
mercancías a base de coca está sujeta a las decisiones en la ONU y al
monopolio comercial de Enaco, en el caso de Perú, pero tienen la
expectativa de menores restricciones.
“El problema es que hay degeneración cuando utilizan la hoja para
producir cocaína. Lo que tenemos que hacer es promover el consumo de
manera más científica, con orden”, dijo el empresario, que dice vender
un millar de paquetes diarios de los caramelos Vida.
Pero además de la industrialización, la resistencia cultural y la lucha
política, la hoja de coca también se ha convertido en un símbolo de
contracultura.
Conductores de minibuses en La Paz, negros colombianos, campesinos
brasileños o jóvenes bolivianos de las ciudades recurren a la coca como
un alimento alternativo; mujeres jóvenes en varios países de Sudamérica
usan aretes hechos con hojas de coca envueltos en plástico cristalino.
Aunque con elementos comerciales, la batalla contra la desinformación
causada por la Guerra contra las drogas también se refleja en la venta
de playeras estampadas que en el pecho muestran una hoja de coca, con
una leyenda que advierte: “La hoja de coca no es droga”.
“El uso de la coca es creciente”, consideró Silva. “Esas camisetas que
venden estampadas con hojas de coca podrían ser parte de la
contracultura; las hacen muchas personas, pequeñas empresas, buscando
quizá una redición del concepto de cultura. Ojalá que más allá del
concepto de consumo y comercio, se reconozcan también las raíces indígenas.”
La lucha contracultural de la coca, entrevista a Jorge Hurtado
por Guillermo García Espinosa
Fue en pleno auge de la Guerra contra las drogas, al final de los años
90, cuando Jorge Hurtado, un doctor en ciencias, y Sdenka Silva, una
socióloga, tuvieron la idea de fundar el Museo de la Coca con el ánimo
de defender el valor cultural de la hoja de coca y alejarla de
malintencionadas conexiones con la cocaína.
–¿El museo es un símbolo de resistencia cultural?
–Sí, pero desde una visión lo más científica posible; todo el museo está
basado en investigaciones. Para entender la importancia de la coca en
estas culturas, hay que comprender el concepto de reciprocidad: para
recibir hay que dar. Este dar y recibir se da entre humanos, con la
naturaleza y con espíritus y dioses. Y es aquí donde la coca tiene una
importancia estructural, pues es intermediaria de la reciprocidad: si
quiero tu amistad, te ofrezco coca; si quiero que mi tierra produzca
harto, le hago un pago con coquita.
“En lo económico funciona como cuasi-moneda, pues la coca se intercambia
con cualquier producto. El trueque sobrevive en Bolivia y Perú, gracias
a la coca.”
–¿La incorporación de la hoja de coca al escudo de Bolivia puede ser
visto como un fenómeno contracultural?
–Me parece interesante plantearlo como contracultura, pues una acción
defensiva, que es la resistencia de una cultura donde dar es el primer
paso para recibir, donde compartir es más importante que competir, se
transforma en contracultura, un acto ofensivo, cuando son reconocidos
sus valores opuestos a lo establecido. El porcentaje mayor de la
población en Bolivia es de indígenas, con 55 por ciento; 30 o 35 por
ciento de mestizos y el resto, blancos. La hoja de coca es un símbolo
sagrado, pero a la vez representa la identidad indígena. La hoja de coca
fue satanizada por la Iglesia católica y su uso condenado por el hombre
blanco con su soberbia y racismo. Pero es necesaria para el nexo de los
indígenas con lo divino, que significa relación con todo lo que nos rodea.